Una veintena de mujeres despertó el martes en Coahuila con una misma idea en la cabeza. Viudas de mineros, curtidas en las protestas en pozos de carbón bajo el sol y el polvo del desierto del norte mexicano; en las batallas legales por la pensión contra empresas, patrones y Gobiernos; en las maquilas, la precariedad y la ausencia de los seres queridos muertos en derrumbes. Ese día tenían un destino diferente. Las esperaba un avión, el presidente de la República, el Palacio Nacional, esa ciudad del sur llamada México. Andrés Manuel López Obrador las había citado para hablar, íntimamente y sin prensa de por medio, sobre la recuperación de los cuerpos de sus maridos.